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Day: January 26, 2006

Desbancando la utopía: Las vicisitudes del modernismo de Tijuana


Imagenes: Rene Peralta


Publicado en el catalogo para le exhibicion Strange New World del Museo de Arte Contemporaneo de San Diego. Febrero 2006

Rene Peralta

A medida que se redefine el concepto de ciudad los centros urbanos entran en un estado de entropía. Los centros se han convertido en suburbios verticales, o atraviesan un renacimiento de atracciones callejeras simuladas. Desde la época de la prohibición, en Tijuana el Centro ha sido escenario de una amplia variedad de atracciones callejeras. La Avenida Revolución, el principal espacio de diversión de los turistas, se ha convertido en la única experiencia urbana para los que visitan la ciudad. Puestos de curiosidades, bares, zonkeys, y otras hibridaciones de comercialismo y folklore ocupan y actúan en edificios que conforman el paisaje de un laberinto de espejos latino donde todo lo que debería estar en el suelo, vuela y la vida se representa en satín y miniaturas de yeso. Pero hacia el oeste, más allá de la vieja calle Olvera, se alza una serie de edificios anónimos, expresiones veladas de la modernidad y la cultura fronteriza que iban a impulsar a Tijuana a la paradoja de lo universal y el regionalismo.

Desde la ejecución del malogrado “Plan de Zaragoza” —copia de una hermosa ciudad modelo ejecutada en algún lugar del medio oeste de Estados Unidos— estos bastardos del modernismo se han convertido en la apoteosis del diseño arquitecturesco de imitación. Pseudo–modernismo o máquina habitacional provinciana, utopía o espacio basura, estos edificios que en el pasado formaron parte de la “buena vida” de la ciudad y de una oscura e idiosincrásica vanguardia modernista hoy no son sino artefactos de un centro urbano perdido. Sin embargo todavía juegan un papel en la efervescencia cotidiana de la ciudad y pueden apreciarse en todo su esplendor en las innumerables postales que se venden en la Avenida Revolución.

Estas reliquias pseudo–modernistas funcionan como entramados que se corresponden con los peatones, los letreros de neón, las calafias, los vendedores ambulantes y todas las otras manifestaciones programáticas que inventa el Centro. Ocupan esquinas, manzanas enteras, o se alzan como construcciones de relleno, invisibles a simple vista, escondidas detrás de capas de pintura, anuncios y neón. Sólo un arquitecto preparado o nostálgico podría dar con esas construcciones entre toda la diamantina. La mayoría de estos inmuebles se construyeron entre 1930 y 1960, por lo que sus diseños son una mezcla híbrida y excéntrica de motivos art deco con una alta dosis de sensibilidad modernista. Los edificios presentan un amplio repertorio modernista y una mezcla ecléctica de idealismo utópico: Fachadas libres y jardines–terraza a lo Corbusier, esquinas de cristal a lo Gropius, todo ello combinado con interiores suntuosos de imitación Mallet–Stevens y otras combinaciones espúreas.

El edificio de Calimax en la 5ª Calle fue la primera gran tienda de esta cadena local de supermercados. Con sus esquinas redondeadas y el efecto estilizado de sus bandas, así como la caligrafía curvilínea de sus letreros, es uno de los más puros edificios ”art–decorosos” de la ciudad. Hoy en día todavía funciona como tienda de alimentos, y los pisos superiores se utilizan como espacio de oficina. Más al norte en la 5ª, el edificio de la Delegación del Centro es una variación interesante de principios Corbusierianos, con terrazas ajardinadas y ventanales longitudinales. El edificio se alza orgulloso en una esquina y, curiosamente es esta ubicación, que obliga al uso de una esquina achaflanada, lo que delata su condición de fraude arquitectónico.

Los letreros, tomas de aire, y otros apéndices añadidos recientemente penetran las fachadas de estos edificios y funcionan como sistema de respiración artificial. Estas construcciones son monumentos a su propio fracaso, olvidados en el centro de la ciudad. Y sin embargo, parecen mantenerse en un estado de perpetuo de reciclaje, en vez de caer en el descuido que podría esperarse. Funcionan como artefactos, como Aldo Rossi definiría cualquier construcción que juegue un papel en la creación de la memoria colectiva de un lugar.

La zapatería Diseños Variety opera desde un edificio cuadrado blanco en la Avenida Constitución que incluye un amasijo de avisos y graffiti, anunciando la “variedad” de funciones que se cumplen en el interior del edificio. Ubicado en el centro de la manzana, el inmueble resulta prácticamente invisible desde la calle debido a la gran marquesina que lo bloquea y crea una disyunción espacial entre la circulación y el transporte al nivel de la calle, así como con el programa interior del edificio. La elegante esquina en bloque de vidrio es una alusión inconsciente a las que se dan en los edificios estilo Bauhaus.

El modernismo nunca fue parte de un estilo nacional en Tijuana, como lo fue en otras ciudades latinoamericanas en las que encarnó un proyecto para de futuro. Sólo el modernismo tropical de la ciudad de La Habana pude compararse con el tijuanense, dado que los edificios están reutilizados y fueron producto de la economía del turismo y los casinos durante la época de Batista.

La arquitectura de rasgos nacionales llegaría a Tijuana de la Ciudad de México durante las décadas de los setentas y ochentas con un brutalismo modernista patriótico de construcciones de cemento armado y elaboradas fachadas cinceladas (un revestimiento que pretendía resaltar la aspereza y el grano del conglomerado, emulando con nostalgia la artesanía de la construcción). El Centro Cultural Tijuana es el ejemplo principal de esta filosofía nacional moderna. Es un edifico perfectamente contextualizado sin el consentimiento de su autor. Al igual que los otros monumentos de origen engañoso de la ciudad, el CECUT ha sido interpretado como una “imitación,” especialmente del Cénotaphe de Newton de Étienne–Louis Boullée.

La creación de la Zona Río y su intención de mexicanizar Tijuana despojó al centro urbano de sus sedes políticas, religiosas y financieras, y de las ideologías que los abarcaban. Para unos un centro y para otros una periferia, más psico–geográfico que geográfico, el origen de Tijuana siempre está a medio hacer y se transforma mientras está todavía en proceso. Grupos de restaurantes, pequeños comercios y farmacias representan la economía actual del centro, mientras que por las noches los bares, clubes de alterne y salones de masajes apelan a la imaginación de lo prohibido. El Centro fue un día parte de una visión de la ciudad que iba más allá de la retórica de la frontera a pesar de su interesante cercanía a la frontera. Hoy el Centro representa el espacio urbano del deseo.

El Centro era el lugar donde los cabarets presentaban a las grandes orquestas, cuartetos de jazz y otras manifestaciones musicales que hoy apenas se dan. Era el lugar de la “buena música”, como asegura un conocido bartender que sirvió en el Aloha, Club 21, Frechis Bar y hoy en el Coronet Piano Bar. Sí, Tijuana ha sido un centro de actividad jazzistica desde la década de los veinte. Músicos de Nueva York, San Francisco, Los Angeles y San Diego cruzaban la frontera para tocar una sesión, divertirse o ahogar sus penas en los bares locales. El famoso bajista de jazz Charles Mingus dedicó un disco a la ciudad, “Tijuana Moods”, una orgía musical de ritmo y representaciones de los sonidos y la vibra de la ciudad.

Toda la música de este disco se escribió durante un periodo muy amargo de mi vida. Me había quedado sin esposa y huía para olvidarla con una expectativa de Tijuana. Pero ni siquiera Tijuana pudo satisfacerla, a pesar de las corridas de toros, la pelota vasca, cualquier cosa que pueda imaginarse en una ciudad salvaje y abierta.

Nacido en Nogales, Arizona, y criado en Watts, Mingus murió en Cuernavaca, México y estaba obsesionado por la frontera dislocada de Tijuana que veía como una ciudad distópica en un país fantasmagórico.

La música del Centro se convirtió en un fenómeno internacional, creando un efecto de imitación, el llamado “Tijuana bandwagon”, que designaba los intentos de quienes querían recrear los sonidos latinos que había escuchado en alguno de los muchos bares de la ciudad. Este ambiente se hizo tan popular que en la década de 1930 había un bar de jazz en Baltimore que se llamaba el Club Tijuana. En 1921, Jelly Roll Morton consiguió un visado para trabajar en Tijuana y compuso el Kansas City Stomp, y The Pearl, inspirado por una hermosa mesera llamada Perla, que trabajaba en el Kansas City Bar. Gary McFarland y Clark Ferry grabaron su disco Tijuana Jazz en 1965 y de 1962 a 1968 Herp Albert ganó seis premios Grammy con su famoso Tijuana Brass.

El Centro es el lugar dónde se aunaban la música y la vida urbana. El Escamilla Photography Studio, ubicado en la 2ª Calle, tiene un interior modernista temprano con un enorme espacio de gran teatralidad. “El estudio se diseñó como un espacio escénico para acentuar las cualidades artísticas de la arquitectura”, explica Carlos Escamilla cuando describe el edificio que su padre construyó entre 1950 y 1953. “Los clientes se ‘vestían’ de largo como si fueran a salir de noche y cruzaban su portalón para tomarse un retrato”. Hoy, los pisos superiores del estudio funcionan como almacén de recuerdos grabados en celuloide y la mayoría de los retratos que él toma son fotos polaroid de clientes que están de paso en el estudio.

Al pasear por las calles del Centro uno adquiere consciencia de que Tijuana quiso una vez ser una ciudad corriente. La singularidad de los edificios y el fracasado planeamiento Beaux arts fueron el espíritu del zeitgeist cultural de Tijuana antes de las chabolas, cartolandias, espacios basura y otros patrones improvisados que surgieron como paradigmas urbanos y artísticos contemporáneos. Hoy, los edificios todavía son modernistas, pero ya no tienen esa vida. Se han incorporado a las pluralidades de la ciudad posmoderna.

Mientras uno camina entre los vendedores ambulantes, la mercancía callejera, los puestos de lustrabotas y el tráfico peatonal, el movimiento se despliega. El Centro es un “espacio ensayado” donde todo el espacio urbano se experimenta mediante las múltiples capas de construcciones y acontecimientos. Falsos, construidos o no con mala intención, los edificios del centro de Tijuana son parte de una noción que fluctuó entre lo universal y lo local, emergiendo como un producto cultural difícil de sobrepasar, incluso en las condiciones actuales de los fenómenos fronterizos.

Traduccion al Español: Fernando Feliu-Moggi, PhD
Edicion y Derecho: Rachel Teagle, PhD

Desbancando la utopía: Las vicisitudes del modernismo de Tijuana


Imagenes: Rene Peralta


Publicado en el catalogo para le exhibicion Strange New World del Museo de Arte Contemporaneo de San Diego. Febrero 2006

Rene Peralta

A medida que se redefine el concepto de ciudad los centros urbanos entran en un estado de entropía. Los centros se han convertido en suburbios verticales, o atraviesan un renacimiento de atracciones callejeras simuladas. Desde la época de la prohibición, en Tijuana el Centro ha sido escenario de una amplia variedad de atracciones callejeras. La Avenida Revolución, el principal espacio de diversión de los turistas, se ha convertido en la única experiencia urbana para los que visitan la ciudad. Puestos de curiosidades, bares, zonkeys, y otras hibridaciones de comercialismo y folklore ocupan y actúan en edificios que conforman el paisaje de un laberinto de espejos latino donde todo lo que debería estar en el suelo, vuela y la vida se representa en satín y miniaturas de yeso. Pero hacia el oeste, más allá de la vieja calle Olvera, se alza una serie de edificios anónimos, expresiones veladas de la modernidad y la cultura fronteriza que iban a impulsar a Tijuana a la paradoja de lo universal y el regionalismo.

Desde la ejecución del malogrado “Plan de Zaragoza” —copia de una hermosa ciudad modelo ejecutada en algún lugar del medio oeste de Estados Unidos— estos bastardos del modernismo se han convertido en la apoteosis del diseño arquitecturesco de imitación. Pseudo–modernismo o máquina habitacional provinciana, utopía o espacio basura, estos edificios que en el pasado formaron parte de la “buena vida” de la ciudad y de una oscura e idiosincrásica vanguardia modernista hoy no son sino artefactos de un centro urbano perdido. Sin embargo todavía juegan un papel en la efervescencia cotidiana de la ciudad y pueden apreciarse en todo su esplendor en las innumerables postales que se venden en la Avenida Revolución.

Estas reliquias pseudo–modernistas funcionan como entramados que se corresponden con los peatones, los letreros de neón, las calafias, los vendedores ambulantes y todas las otras manifestaciones programáticas que inventa el Centro. Ocupan esquinas, manzanas enteras, o se alzan como construcciones de relleno, invisibles a simple vista, escondidas detrás de capas de pintura, anuncios y neón. Sólo un arquitecto preparado o nostálgico podría dar con esas construcciones entre toda la diamantina. La mayoría de estos inmuebles se construyeron entre 1930 y 1960, por lo que sus diseños son una mezcla híbrida y excéntrica de motivos art deco con una alta dosis de sensibilidad modernista. Los edificios presentan un amplio repertorio modernista y una mezcla ecléctica de idealismo utópico: Fachadas libres y jardines–terraza a lo Corbusier, esquinas de cristal a lo Gropius, todo ello combinado con interiores suntuosos de imitación Mallet–Stevens y otras combinaciones espúreas.

El edificio de Calimax en la 5ª Calle fue la primera gran tienda de esta cadena local de supermercados. Con sus esquinas redondeadas y el efecto estilizado de sus bandas, así como la caligrafía curvilínea de sus letreros, es uno de los más puros edificios ”art–decorosos” de la ciudad. Hoy en día todavía funciona como tienda de alimentos, y los pisos superiores se utilizan como espacio de oficina. Más al norte en la 5ª, el edificio de la Delegación del Centro es una variación interesante de principios Corbusierianos, con terrazas ajardinadas y ventanales longitudinales. El edificio se alza orgulloso en una esquina y, curiosamente es esta ubicación, que obliga al uso de una esquina achaflanada, lo que delata su condición de fraude arquitectónico.

Los letreros, tomas de aire, y otros apéndices añadidos recientemente penetran las fachadas de estos edificios y funcionan como sistema de respiración artificial. Estas construcciones son monumentos a su propio fracaso, olvidados en el centro de la ciudad. Y sin embargo, parecen mantenerse en un estado de perpetuo de reciclaje, en vez de caer en el descuido que podría esperarse. Funcionan como artefactos, como Aldo Rossi definiría cualquier construcción que juegue un papel en la creación de la memoria colectiva de un lugar.

La zapatería Diseños Variety opera desde un edificio cuadrado blanco en la Avenida Constitución que incluye un amasijo de avisos y graffiti, anunciando la “variedad” de funciones que se cumplen en el interior del edificio. Ubicado en el centro de la manzana, el inmueble resulta prácticamente invisible desde la calle debido a la gran marquesina que lo bloquea y crea una disyunción espacial entre la circulación y el transporte al nivel de la calle, así como con el programa interior del edificio. La elegante esquina en bloque de vidrio es una alusión inconsciente a las que se dan en los edificios estilo Bauhaus.

El modernismo nunca fue parte de un estilo nacional en Tijuana, como lo fue en otras ciudades latinoamericanas en las que encarnó un proyecto para de futuro. Sólo el modernismo tropical de la ciudad de La Habana pude compararse con el tijuanense, dado que los edificios están reutilizados y fueron producto de la economía del turismo y los casinos durante la época de Batista.

La arquitectura de rasgos nacionales llegaría a Tijuana de la Ciudad de México durante las décadas de los setentas y ochentas con un brutalismo modernista patriótico de construcciones de cemento armado y elaboradas fachadas cinceladas (un revestimiento que pretendía resaltar la aspereza y el grano del conglomerado, emulando con nostalgia la artesanía de la construcción). El Centro Cultural Tijuana es el ejemplo principal de esta filosofía nacional moderna. Es un edifico perfectamente contextualizado sin el consentimiento de su autor. Al igual que los otros monumentos de origen engañoso de la ciudad, el CECUT ha sido interpretado como una “imitación,” especialmente del Cénotaphe de Newton de Étienne–Louis Boullée.

La creación de la Zona Río y su intención de mexicanizar Tijuana despojó al centro urbano de sus sedes políticas, religiosas y financieras, y de las ideologías que los abarcaban. Para unos un centro y para otros una periferia, más psico–geográfico que geográfico, el origen de Tijuana siempre está a medio hacer y se transforma mientras está todavía en proceso. Grupos de restaurantes, pequeños comercios y farmacias representan la economía actual del centro, mientras que por las noches los bares, clubes de alterne y salones de masajes apelan a la imaginación de lo prohibido. El Centro fue un día parte de una visión de la ciudad que iba más allá de la retórica de la frontera a pesar de su interesante cercanía a la frontera. Hoy el Centro representa el espacio urbano del deseo.

El Centro era el lugar donde los cabarets presentaban a las grandes orquestas, cuartetos de jazz y otras manifestaciones musicales que hoy apenas se dan. Era el lugar de la “buena música”, como asegura un conocido bartender que sirvió en el Aloha, Club 21, Frechis Bar y hoy en el Coronet Piano Bar. Sí, Tijuana ha sido un centro de actividad jazzistica desde la década de los veinte. Músicos de Nueva York, San Francisco, Los Angeles y San Diego cruzaban la frontera para tocar una sesión, divertirse o ahogar sus penas en los bares locales. El famoso bajista de jazz Charles Mingus dedicó un disco a la ciudad, “Tijuana Moods”, una orgía musical de ritmo y representaciones de los sonidos y la vibra de la ciudad.

Toda la música de este disco se escribió durante un periodo muy amargo de mi vida. Me había quedado sin esposa y huía para olvidarla con una expectativa de Tijuana. Pero ni siquiera Tijuana pudo satisfacerla, a pesar de las corridas de toros, la pelota vasca, cualquier cosa que pueda imaginarse en una ciudad salvaje y abierta.

Nacido en Nogales, Arizona, y criado en Watts, Mingus murió en Cuernavaca, México y estaba obsesionado por la frontera dislocada de Tijuana que veía como una ciudad distópica en un país fantasmagórico.

La música del Centro se convirtió en un fenómeno internacional, creando un efecto de imitación, el llamado “Tijuana bandwagon”, que designaba los intentos de quienes querían recrear los sonidos latinos que había escuchado en alguno de los muchos bares de la ciudad. Este ambiente se hizo tan popular que en la década de 1930 había un bar de jazz en Baltimore que se llamaba el Club Tijuana. En 1921, Jelly Roll Morton consiguió un visado para trabajar en Tijuana y compuso el Kansas City Stomp, y The Pearl, inspirado por una hermosa mesera llamada Perla, que trabajaba en el Kansas City Bar. Gary McFarland y Clark Ferry grabaron su disco Tijuana Jazz en 1965 y de 1962 a 1968 Herp Albert ganó seis premios Grammy con su famoso Tijuana Brass.

El Centro es el lugar dónde se aunaban la música y la vida urbana. El Escamilla Photography Studio, ubicado en la 2ª Calle, tiene un interior modernista temprano con un enorme espacio de gran teatralidad. “El estudio se diseñó como un espacio escénico para acentuar las cualidades artísticas de la arquitectura”, explica Carlos Escamilla cuando describe el edificio que su padre construyó entre 1950 y 1953. “Los clientes se ‘vestían’ de largo como si fueran a salir de noche y cruzaban su portalón para tomarse un retrato”. Hoy, los pisos superiores del estudio funcionan como almacén de recuerdos grabados en celuloide y la mayoría de los retratos que él toma son fotos polaroid de clientes que están de paso en el estudio.

Al pasear por las calles del Centro uno adquiere consciencia de que Tijuana quiso una vez ser una ciudad corriente. La singularidad de los edificios y el fracasado planeamiento Beaux arts fueron el espíritu del zeitgeist cultural de Tijuana antes de las chabolas, cartolandias, espacios basura y otros patrones improvisados que surgieron como paradigmas urbanos y artísticos contemporáneos. Hoy, los edificios todavía son modernistas, pero ya no tienen esa vida. Se han incorporado a las pluralidades de la ciudad posmoderna.

Mientras uno camina entre los vendedores ambulantes, la mercancía callejera, los puestos de lustrabotas y el tráfico peatonal, el movimiento se despliega. El Centro es un “espacio ensayado” donde todo el espacio urbano se experimenta mediante las múltiples capas de construcciones y acontecimientos. Falsos, construidos o no con mala intención, los edificios del centro de Tijuana son parte de una noción que fluctuó entre lo universal y lo local, emergiendo como un producto cultural difícil de sobrepasar, incluso en las condiciones actuales de los fenómenos fronterizos.

Traduccion al Español: Fernando Feliu-Moggi, PhD
Edicion y Derecho: Rachel Teagle, PhD